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By Stephen King
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Barcelona. 1990. Plaza y Janés. 21x15. 571p.
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Pero a ti no te hace bien. Era un tema del que habían hablado una y mil veces en aquella cama. (Jack estaba sentado, con las mantas enrolladas en la cintura y un cigarrillo encendido entre los dedos, mirándola a los ojos de esa manera entre seria y humorística que tenía de mirarla, diciéndole: ¿Acaso no te dijo que no volvieras nunca? ¿Que nunca quería volver a ver tu sombra en su puerta? Entonces, ¿por qué no cuelga el teléfono cuando sabe que eres tú la que llama? ¿Por qué lo único que te dice es que no puedes ir si yo estoy contigo?
El monstruo ya estaba sobre él; lo había descubierto, allí, acurrucado, con la espalda contra la pared. Y la puerta trampa del techo estaba cerrada con llave. Oscuridad. Sin rumbo. —Tony, por favor quiero volver, por favor, por favor... Y volvió. Estaba sentado en la acera de Arapahoe Street, con la camisa húmeda pegada a la espalda y el cuerpo bañado en sudor. En los oídos le resonaba todavía el tremendo contrapunto retumbante de ese ruido y olió su propia orina que no había podido controlar por el terror.
Se pasaron la tarde jugando a los naipes, sin beber. Pasó una semana. Él y Wendy no hablaron mucho, pero Jack sabía que ella lo observaba, incrédula, mientras él bebía café negro e infinitas botellas de «Coca-Cola». Una noche se bebió un cajón entero de seis «cocas» y después corrió al cuarto de baño a vomitarlas. El nivel de las botellas de alcohol del mueble-bar no bajaba. Después de las clases, Jack se iba a casa de Al Shockley —a quien Wendy odiaba más de lo que había odiado a nadie en su vida— y, cuando regresaba, su mujer juraba que su aliento olía a whisky o a gin, pero él conversaba con lucidez con ella antes de cenar, bebía café, jugaba con Danny después de la cena mientras compartía con él una «coca», le leía algo antes de acostarlo y después se sentaba a corregir composiciones bebiendo interminables tazas de café negro; Wendy tendría que admitir que se había equivocado.