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By Heidegger Martin
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No sabes tú que con mis encantamientos puedo llamar las furias infernales que te atormenten los miembros cansados? Entonces el difunto se levantó en el lecho donde iba, y desde allí comenzó a hablar al pueblo de esta manera: -Yo fui muerto por las artes de mi nueva mujer, y matome con veneno que me dio de beber, por lo cual muy presto y arrebatadamente dejé mi cama y casa al adúltero. Entonces la buena mujer tomó de las palabras audacia, y con ánimo sacrílego altercaba con el marido resistiendo a sus argumentos.
Entonces, demostrándome con el dedo, prosiguió, diciendo: -Porque a este muy sagacísimo y astuto guardador de mi cuerpo, que me velaba muy bien y con muy gran diligencia, las viejas encantadoras, que deseaban cortarme las narices y orejas, por la cual causa muchas veces se habían tornado en otras figuras, no pudiendo engañar su industria y buena guarda, le echaron un gran sueño, y estando él como enterrado en este profundo sueño, las hechiceras comenzaron a llamar mi nombre, y como mis miembros estaban fríos y sin calor, no pudiendo así presto esforzarse para el servicio del arte mágica; pero él, como estaba vivo, aunque con el sueño casi muerto, y llamábase como yo, levantose a su nombre, sin saber que lo llamaban; de manera que él, de su propia voluntad, andando en forma de ánima de muerto, aunque las puertas de la cámara estaban con diligencia cerradas, por un agujero, cortadas primero las narices, después las orejas, recibió por mí el destrozo y carnicería que para mí se aparejaba.
Por qué antes no lloras y tomas luto como conviene al lugar donde estás? Diciendo esto, miró a una moza y díjole: -Mirrena, trae presto un candil y aceite, y, encerrado este guarda en la cámara, vete luego. Yo quedé así desconsolado, para consuelo del muerto, y refregados los ojos y armados para velar, halagaba y esforzaba mi corazón cantando así que ya anochecía. Después, la noche comenzada, ya era bien alta y hora de acostar, ya que dormían y callaban todos, a mí me vino un miedo muy grande; y con esto entró una comadreja, la cual me estaba mirando, e hincó los ojos en mí fuertemente, de manera que yo me turbé y enojé porque un animal tan pequeño tuviese tanta audacia de así mirar, y díjele: -¡Oh bestia sucia y mala!