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By Philippe Ariès
L. a. historia de los angeles muerte en Occidente desde l. a. Edad Media hasta nuestros días. Desde los angeles disposición resignada propia de los angeles Edad Media hasta los angeles angustia individualista del real Occidente, nuestra mirada a l. a. muerte se ha ido transformando, cargada de creencias y construcciones sociales en absoluto universales. El historiador Philippe Ariès se adentra con este amplio ensayo, fruto de quince años de investigación, en un tema etiquetado como sombrío e impenetrable que, sin embargo, arroja una inesperada luz sobre los angeles historia psicológica del ser humano. Ariès aborda l. a. evolución de las prácticas funerarias, las manifestaciones del duelo, las creencias sobre el más allá y, fundamentalmente, los angeles cuestión a los angeles que consagró su exertions de investigador: l. a. actitud del hombre enfrentado al fin de l. a. vida. l. a. muerte, que una vez fuera pública, colectiva y ritualizada, considerada más una ruptura biológica con los angeles familia o el linaje que un drama own, sufre un giro primary al llegar el Renacimiento. los angeles muerte domada inicia su retorno al estado salvaje. Convertida en algo person y temido, expulsada de los angeles sociedad, hoy se le oculta al moribundo y se confina al sanatorium, el lugar de los angeles muerte prevista. Sobre ella se ha extendido un pesado silencio que este libro rompe en una invitación a los angeles reflexión serena y cultivada sobre su inevitable presencia y l. a. siempre cambiante cuestión de lo que constituye los angeles buena muerte.
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Los fundadores benefactores de la iglesia, empezando por los reyes, eran asimilados a los sacerdotes ungidos del señor, los cuales a su vez eran asimilados a los mártires y a los santos: estos cuerpos consagrados no mancillaban; todo lo contrario, podian acompañar al cuerpo y la sangre del Hombre-Dios sobre el altar. Tras la larga Edad Media, los concilios de la Contrarreforma trataron a su vez de reaccionar contra la inveterada costumbre de volver al espiritu y a la regla del derecho antiguo; recuerdan el principio: in ecclesiis vero nulli deinceps sepeliantur (que ninguno sea enterrado de ahora en adelante en las iglesias).
De la Croix, creyó reconocer alli un monumento a la memoria de un mártir. Indudablemente se equivocaba, puesto que, en realidad, era la tumba de un abad de finales del siglo VII. Pero su error se comprende perfectamente porque nada se parece más a la memoria de un mártir que esa tumba. El futuro difunto asoció a su sepultura reliquias de santos; concibió su hipogeo como figura de la spelunca, de la gruta del santo Sepulcro, y, finalmente, hizo de su tumba un oratorio consagrado a la cruz de Cristo, con un altar para la celebración de la misa.
El cercado de la horca debía servir tambíén de vertedero: los despojos de los ajusticiados quedaban cubiertos de este modo de inmundicias. El «falso altar. de Alain Chartier podia estar pues alrededor de una horca. En cualquier caso, la siniestra relación entre la horca, la descarga de vertedero y las industrias insalubres y nauseabundas ha sido hecha por Louis Chevalier a propósito de Montfaucon ", En principio, sin embargo, los cuerpos de criminales podian ser inhumados en tierra bendita; la Iglesia lo admitia porque Dios no condena dos veces por el mismo motivo: el supliciado habia pagado.