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By Antal Szerb
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Fue una noche rarísima. Estábamos todos muy confusos, yo me sentía feliz porque había intentado suicidarme, o sea que había hecho algo sensacional, y me sentía más feliz todavía por seguir vivo: sentía un cansancio muy agradable. Todos nos queríamos muchísimo, su velar era un gesto lleno de sacrificio que cuadraba perfectamente con nuestros enfebrecidos sentimientos de amistad y de connotaciones religiosas. Todos estábamos conmocionados, manteníamos conversaciones dignas de Dostoievski y tomábamos un café tras otro.
Se trata de los modos amorosos a los que recurren los jóvenes adolescentes con sus amantes vírgenes, de los modos que proporcionan el placer de manera indirecta y totalmente irresponsable. Existen ciertas personas que, como Mihály, prefieren ese tipo de placer irresponsable a aquellos totalmente serios, casi oficiales. Sin embargo, Mihály se sentía avergonzado por esa inclinación suya, puesto que era consciente de su carácter y de sus lados adolescentes, y al llegar a la intimidad amorosa seria y adulta con Erzsi, decidió que con ella solamente se relacionaría dentro de los límites del amor oficial, como se debe hacer entre dos personas serias y adultas.
Se volvió y vio a un hombre que acababa de dar la vuelta a la esquina, era muy alto, vestido de oscuro. Mihály sintió un pánico innombrable, y se adentró en un callejón que era todavía más estrecho y más oscuro que los demás. Era un callejón sin salida, y Mihály tuvo que retroceder, mientras el desconocido le esperaba en la esquina. Mihály dio unos pasos hacia él, más despacio, y cuando le distinguió la cara, se detuvo, presa del pánico. El desconocido llevaba una corta capa negra, típica del siglo pasado, y una bufanda blanca de seda, y su cara vieja y arrugada, blanda e imberbe, reflejaba una sonrisa indescriptible.